Por lo regular, cuando se habla sobre solidaridad se suele malinterpretar su significado, asociándolo con un asistencialismo o acciones esporádicas de generosidad; esta implica acciones más allá de la ayuda a los demás, como la justicia, la correlación con el Otro, con los otros y con lo otro. En este orden de ideas, solidaridad es darse cuenta de las necesidades que tiene el otro para acudirle en su ayuda: consolarlo, comprenderlo, ser empático por aquella situación por la que está pasando nuestro prójimo. Sin embargo, esto debe ocurrir en tanto haya una mentalidad comunitaria.
En este sentido, si hay mentalidad de comunidad, se prioriza la vida de cada uno de los miembros que la conforman. Ahora bien, para que la solidaridad cumpla con lo anterior debe ir de la mano con la fe y, de esta manera se convierte necesaria la figura de la comunidad, pues en la formación de la comunidad se encuentra el interés por el otro, dejando de lado el egoísmo y el narcicismo.
El Papa Francisco lo señalaba en uno de sus discursos: “En medio de la crisis, una solidaridad guiada por la fe nos permite traducir el amor de Dios en nuestra cultura globalizada, no construyendo torres o muros que dividen, sino tejiendo comunidad y apoyando procesos de crecimiento verdaderamente humanos y solidarios. Y para esto ayuda la solidaridad. Hago una pregunta: ¿yo pienso en las necesidades de los otros? Cada uno que responda en su corazón” (Tomado de la Audiencia general del papa Francisco, miércoles 02 de septiembre de 2020).
Se hace necesario que, como cristianos podamos comprender lo esencial que resulta la solidaridad para nuestra sociedad que vive construyendo las relaciones mediante límites, torres, muros y fronteras. La solidaridad rompe con todo aquello que no nos deja relacionarnos transparentemente con el Otro y, en esa relación sincera podemos comprender el encuentro con los otros. Recordemos que aquella solidaridad es la que llevó a Francisco de Asís a considerar a todas las creaturas con el apelativo de “hermana” o “hermano”. Incluso aquellas creaturas que hacían males a las personas, como lo era el hermano lobo.
Se entiende muy bien que esta solidaridad se da desde el hogar. Los padres enseñan a sus hijos a ser solidarios con quien lo necesite, enseñan a asistir en la colaboración a los demás. Posterior a esa educación dada en casa, como Institución Educativa, se propende difundir aquella empatía por los más desfavorecidos de la sociedad, por medio de la colaboración de unos con otros para concientizar sobre el cuidado de nuestra Casa Común.
Por todo lo anteriormente dicho, como comunidad virreyista nos alegramos en educar en torno a los valores franciscanos a los niños y jóvenes que hacen parte de esta gran familia. La Institución, en favor del cultivo de la solidaridad en los estudiantes, propende espacios de concientización y de solidaridad. Por ello, el día 21 de mayo, con los estudiantes que se encuentran prestando su servicio social y junto con Fray Hugo Andrés Sánchez, OFM y Fray Jaime Wilmer Benítez, OFM han entregado aquello que se ha recolectado durante la Comunicación Cristiana de Bienes.
Al igual, nos alegra que haya jóvenes dispuestos a compartir su vida con aquellas personas que tanto lo necesitan. Comprendiendo aquello con lo que el evangelista Mateo concluía en las Bienaventuranzas: “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16). Para nosotros siempre será una alegría poder llevar a cabo aquellas acciones en favor de quienes sufren, de quienes son despreciados y de aquellos que no tienen valor alguno para la sociedad.
En agradecimiento por esta donación y por la labor de los estudiantes, la fundación Proyecto Unión ha enviado sus gratitudes.